martes, 9 de julio de 2013

La vasija agrietada

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Dicen en India, que un hombre sabio se levantaba cada mañana, muy temprano, cargaba con dos grandes vasijas, las colgaba cada una en un extremo de un palo y las aupaba a sus hombros. Iba así, con las vasijas encima, andando hasta el río, cargaba con el agua y volvía  a su casa...hasta el día siguiente.

Repetía este recorrido, cada día,  desde hacía... bueno, ya nadie se acuerda de cuánto tiempo hace. Y desde tanto tiempo, seguía sucediendo algo que extrañaba a la gente del pueblo. Una de las vasijas estaba agrietada y, claro,  en su largo recorrido iba perdiendo agua, de tal modo que cuando llegaba a la casa, por la vasija se había perdido la mitad. 

Las dos vasijas hablaban al respecto, la que estaba completa, estaba muy orgullosa de cumplir a la perfección con su cometido, pero no sabía cómo consolar a su compañera; esta última se sentía herida, inferior y aunque su compañera nunca se lo echó en cara, sabía que la gente del pueblo murmuraba sobre el comportamiento extraño de su amo. ¿Cómo un hombre tan sabio seguía manteniendo una vasija defectuosa?

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- Habla con nuestro amo, le dijo la vasija perfecta a la defectuosa...

-¿Hablar con él... y si no sabe o no quiere escucharme...? ¿Y si hasta ahora no se ha dado cuenta,  y si cuando se lo diga lo descubre?... y entonces... entonces...

Pero la vasija agrietada recordó  que su amo era un hombre sabio, no podía haber pasado por alto su “defecto”. Así que un día se armó de valor y dirigió la palabra a su amo.  

- No entiendo mi señor cómo no me habéis regalado o, sencillamente, arrojado al fuego. Yo no cumplo mi cometido a la perfección, soy defectuosa, os hago perder tiempo y energías... y encima la gente del pueblo murmura y critica.

El aguador la miró y dejó que hablara (por cierto,  la vasija se sorprendió al notar tanto respeto y consideración por parte de su amo); cuando terminó con sus quejas, la cargó de nuevo en sus hombros, la llevó a recorrer el sendero que cada mañana transitaban mientras le hablaba...

- Observa bien el camino, dijo el sabio a su vasija... ella se esforzaba, era un día soleado, fresco; un aroma suave y dulce de flores y hierbas aromatizaban el trayecto, el sol, las plantas, las flores...

- Mi amo, le dijo la vasija después de un tiempo, cada mañana veo este paisaje, me dejo acariciar por la suave brisa y el sol, converso con plantas y flores, las veo crecer día tras día, semana tras semana, son bellísimas, ¡no como yo que estoy tarada!

- El aguador se detuvo, la miró con ojos compasivos y le dijo... ¿Puedes ver cómo las flores crecen por el lado del camino por donde tú pasas?. ¿Puedes ahora entender,  que estas flores nacieron gracias al agua que, desde tu grieta, ofreces a la tierra cada mañana?.

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